La muerte del pontífice argentino pone en marcha una secuencia litúrgica y organizativa que ya había sido actualizada por él mismo. Su deseo: ser sepultado en Santa María la Mayor, lejos de la tradición vaticana.

Tras el fallecimiento del papa Francisco este lunes, el Vaticano puso en marcha el protocolo diseñado para estas situaciones, en base a las modificaciones introducidas por el propio pontífice en noviembre de 2024. A través del documento “Ordo Exsequiarum Romani Pontificis”, Jorge Mario Bergoglio dispuso una serie de ajustes a las prácticas funerarias que históricamente acompañan la muerte de un Papa, con el objetivo de simplificarlas y centrar el foco en la fe en la resurrección.
Uno de los cambios más significativos fue la eliminación del tradicional rito en el que el camarlengo golpeaba tres veces la frente del Papa con un martillo de plata, pronunciando su nombre de bautismo para constatar su fallecimiento. Desde ahora, la confirmación oficial se realiza en la capilla privada del Palacio Apostólico, sin ese gesto simbólico. También se suprimió el velatorio privado: el cuerpo será trasladado directamente a la Basílica de San Pedro, donde permanecerá expuesto en un ataúd de madera con interior de zinc, sin catafalco ni báculo papal.
La misa exequial se celebrará en la Plaza de San Pedro, presidida por el decano del Colegio Cardenalicio, y durante ella se evitarán los títulos que remiten al poder temporal. Se utilizarán fórmulas más sobrias como “Obispo de Roma” o “Pastor”, en consonancia con la línea austera del pontificado de Francisco. Al concluir la ceremonia, el féretro será llevado al lugar de sepultura elegido por el propio pontífice: no será enterrado en las grutas vaticanas, como suele hacerse, sino en la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma, uno de los templos marianos más emblemáticos de la ciudad.
Concluido el funeral, se abrirá el período conocido como Sede Vacante. En esta etapa, la administración temporal de la Iglesia queda en manos del camarlengo, quien entre otras tareas también se encarga de inutilizar el anillo del pescador, el sello personal del Papa, en un acto que simboliza el cierre definitivo del pontificado. Este anillo, creado de manera única para cada sucesor de Pedro, lleva grabado el nombre del pontífice y alude al pasaje bíblico en el que Jesús llama a sus discípulos a ser “pescadores de hombres”.
El siguiente paso será la convocatoria del cónclave, que reunirá a los cardenales electores —aquellos menores de 80 años— en la Capilla Sixtina. Allí, en estricto secreto, se votará cuantas veces sea necesario hasta que un candidato obtenga una mayoría de dos tercios. El humo blanco que saldrá de la chimenea del recinto anunciará al mundo la elección del nuevo Papa, seguido por el tradicional anuncio desde el balcón central de la Basílica de San Pedro: Habemus Papam.
Mientras tanto, la Iglesia Católica transita días de duelo y transición. Con la muerte de Francisco se cierra una etapa marcada por su esfuerzo de renovación pastoral, su apuesta por una Iglesia más inclusiva y su visión de alcance global. El pontificado que comenzó desde “el fin del mundo”, como él mismo lo definió, deja un legado cuya huella se extenderá más allá de su tiempo en vida.